La sociedad de los clics

Es increíble lo interconectados que estamos y la influencia de esto en las valoraciones que hacemos de nosotros mismos y de los demás. De igual manera, esta sobreexposición digital ha afectado la forma en que establecemos relaciones y la importancia que le damos a las mismas. Hasta hace unos 20 años, el acceso a internet era tan limitado y complicado que era más una herramienta de trabajo o consulta que de otra cosa. Pero a partir del nacimiento de Facebook en 2004, y detrás de esta red social todas las demás, la sociedad ha dado un giro inesperado, ya nadie considera su existencia completa si no pertenece a una red social o laboral; publicando todo lo que pasa en su vida en ellas y consiguiendo clics, enterándonos y aprobando la vida de los amigos con me gusta.

Hoy, cualquier cosa para conseguir el estatus de valiosa debe ser de alguna manera cuantificable y rentable. Esta misma consideración se aplica a la vida personal y a las relaciones. Nada es desinteresado, todo lo que se publica adquiere un valor cuantificable que nos pone en conocimiento de la aceptación y la confirmación de los demás. Nos sentimos realizados al ver dedos arriba, corazones o caritas felices; y si ocurre lo contrario sufre nuestra autoestima, algunos entran en crisis, y nos movemos en la búsqueda de esos clics positivos, ya que son concebidos como recompensas, y mientras mayor sea el número de seguidores, pensamos que tenemos más amigos y por lo tanto, mejor nos sentimos.

Esta nueva consideración de aceptación, visibilidad y reputación es aprovechada por todos. Primero están las marcas, el número de seguidores, de me gusta y de compartir son los números que usan las corporaciones para levantar estrategias, de tal manera de ser más visibles y conseguir una reputación digital que es la más importante ahora. Desde luego, también están esos pequeños negocios que con el convencimiento de que estar presente en las redes sociales y conseguir dedos arriba, únicamente con eso, van a conseguir más clientes y van a triunfar.

Luego están por supuesto los famosos que se ufanan de su popularidad y aceptación con base en los millones de clics que consiguen en sus redes sociales y por supuesto en el alto número de seguidores que poseen. El mejor ejemplo, el más evidente, el que conjuga fama y política es Donald Trump, quien dice ser la persona más popular y aceptada mundialmente por el número de seguidores que tiene y que apoyan sus ideas a través de los me gusta.

Tomando como referencia el ejemplo anterior, los políticos, en sus estrategias para cobrar notoriedad, no solo exponen y venden sus ideas a través de las redes sociales, sino que se valen de su bulla: escándalos, noticias falsas, etc. para desprestigiar a los que considera sus rivales o desviar el interés de los internautas de los temas realmente importante en este ámbito. Los clics se han vuelto la forma más rápida de validar la reputación de una persona, institución, etc.

No, no es que la escala de valores que rige la convivencia social haya cambiado; lo que hemos alterado y no precisamente para mejorar, es el peso, la importancia, el puesto que le damos a cada uno de los valores y principios que conforman esta escala; y la repercusión cada vez más creciente que le estamos dando a los clics es prueba de ello. Es urgente detenernos y dejar de pensar que somos más o menos por los clics que conseguimos o por la cantidad de amigos que tenemos en Facebook o cualquier red social. Nada puede ser más honesto, verdadero y enriquecedor que las palabras, los gestos e incentivos que uno recibe personalmente. Dejemos de sobrevalorar todo aquello que nos aleja de la humanidad.


Atte. 
Irene González
Investigadora
Directora de Sinergia Literaria
igonzalez@abril.ec



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